martes, 14 de enero de 2014

Cuando “lo nuevo” es más viejo que “lo viejo”



Todas las gentes que aspiramos a superar el estado actual de cosas debemos hacer autocrítica, especialmente la gente que militamos en organizaciones con y por ese propósito. Sin autocrítica no hay transformación posible. Bienvenida sea cualquier crítica inspirada en un juicio científico, siempre.


La crisis de régimen tiene dos caras. La primera es más fácil de constatar, ya que está atravesada por un deterioro de nuestras condiciones materiales tan grande que se puede tocar con las manos (paro, desahucios, hambre, pobreza…); es una crisis del sistema económico, pero también del sistema político (bipartidismo, monarquía…) y del consenso social en torno a las grandes ideologías del “franquismo sociológico” unificadas en una: no te metas en política. La segunda, por otra parte, pone de relieve la incapacidad de la “izquierda transformadora” de poner encima de la mesa un programa, un proyecto y la ilusión necesaria para canalizar la indignación mayoritaria en forma de ruptura democrática.


Vivimos tiempos líquidos en los que prima la pose, el envoltorio, lo superficial y, en definitiva, el continente sobre el contenido. El delirio de la posmodernidad se ha impuesto también sobre la política, como no podía ser de otra forma. Se acabaron los grandes relatos, empezando por ese que tantas revoluciones (con sus respectivas conquistas) alentó el siglo pasado: la contradicción capital/trabajo. Como empezaron a vislumbrar los grandes intelectuales de la izquierda posmoderna, padres de la hoy “nueva izquierda”, conceptos como imperialismo o clase obrera están obsoletos; ni que decir tiene la propia existencia del PC, aparato burocrático copado por cuatro desfasados aferrados a la bandera. Damos más importancia a la capacidad retórica de un señor antes que a un programa o a una convergencia democrática. Pasamos de organizarnos porque hay que cabalgar contradicciones, salvo las que se dan dentro de una propia organización, porque eso es un tostón. Y viejo. Lo nuevo es una columna en Público. Hoy la contradicción que mueve el mundo es lo nuevo contra lo viejo.


Y ya en serio. ¿Qué es lo viejo? O más concretamente: ¿Qué es la “vieja política” de la izquierda? Para resumirla, algunos rasgos característicos que se han dado, al menos en determinados momentos, en las organizaciones de la vieja izquierda, empezando por las mías, totalmente incompatibles y a combatir:


Personalismos alimentados por el ego y las ambiciones de cada uno, unas más legítimas que otras;


Falta de democracia interna y de respeto a los militantes apuntalando “pactos por arriba”;


Electoralismo vacío sacrificando la convergencia social y programática desde abajo;


Desprecio a las clases populares mayoritarias implícito presentando a intelectuales académicos como salvadores;


Desprecio a las asambleas de base y los órganos internos dando prioridad a los medios de comunicación del capital;


Operaciones tacticistas o cortoplacistas, oportunistas en cualquier caso, que lejos de debilitar al capital y sus representantes, lo ha fortalecido;


Para qué seguir...


No hay que ser muy astuto para percatarse de que las viejas organizaciones de la izquierda han cometido y siguen cometiendo errores de bulto, de ahí que no seamos capaces de ofrecer una respuesta directamente proporcional a la agresión que sufrimos la mayoría social. Del mismo modo, no hay que ser muy astuto para percatarse de que la Operación Coleta nace como Benjamin Button: vieja. El movimiento encabezado por Pablo Iglesias, escoltado por el exllamazarista Monedero o el filósofo pro-OTAN Alba Rico, nucleado por la organización trotskista Izquierda Anticapitalista, y emitido como exclusiva en la cadena de Berlusconi y en la web de Roures, tendrá un discurso “fresco” o “nuevo”, pero también las peores prácticas de la “vieja política” de la izquierda.


Algunos nos resistimos a entregar la cuchara. Seremos unos trasnochados, anticuados o simplemente  viejos, pero como decía María Teresa León, lo viejo es rebelarse, lo nuevo es saber por qué. Si todos nos rebelamos por lo mismo (una sociedad sin clases), nos veremos en el pedregoso camino y lo andaremos juntos hasta la victoria. Esperemos que esto solo sea empezar con mala pata, sin más.

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