jueves, 11 de julio de 2013

12 hombres sin piedad paralizan el decreto antidesahucios


Hoy es importante recordar que el Tribunal Constitucional está compuesto por 12 hombres sin piedad (y ninguno de ellos es Henry Fonda), de los cuales:

- 10 son nombrados por el "poder político", es decir por el Congreso (4), el Senado (4) y el Gobierno (2);

- y otros 2 por el Consejo General del Poder Judicial, que a su vez está compuesto por 21 miembros: 20 elegidos por el mismo "poder político" (10 por el Senado y 10 por el Congreso) y 1 que es el Presidente del Tribunal Supremo (elegido por los miembros del CGPJ).

Resumiendo: el Poder Judicial ("la justicia") es el reflejo del bipartidismo; de la Troika; del gran capital. Que recurran el decreto antidesahucios entra dentro de la lógica de saquear el país y pagar la deuda privada a los bancos alemanes. Y, por otra parte, pone de relieve más que nunca la decrepitud de un marco político-institucional-jurídico que no vale un duro: la corrupción y la miseria son problemas estructural.

PD: Artículo 25.1 Declaración Universal de los Derechos Humanos: Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.

PD2:  Artículo 33 de la Constitución Española: Se reconoce el derecho a la propiedad privada y a la herencia. 2. La función social de estos derechos delimitará su contenido, de acuerdo con las leyes. 3. Nadie podrá ser privado de sus bienes y derechos sino por causa justificada de utilidad pública o interés social, mediante la correspondiente indemnización y de conformidad con lo dispuesto por las leyes.

PD3: Artículo 47 de la Constitución Española: Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos.

PD4: Artículo 128 de la Constitución Española: 1. Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general. 2. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio, y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general.

domingo, 7 de julio de 2013

Cuestionar la Transición (1)


Reordenando el ordenador me he encontrado algunas cosas viejas que no subí a ningún sitio o bien no acabé. Esta era la introducción de un artículo más o menos largo que se titularía Cuestionar la Transición. Ya lo seguiré. Parece que ese día no era capaz de anteponer el optimismo de la voluntad al pesimismo de la razón...


Quienes aspiramos a superar el estado actual de cosas no nos enteramos de nada. Vemos movimiento, escuchamos ruido y sufrimos en primera persona la agudización de las 'condiciones objetivas' pero lo único que nos queda es mirarnos los unos a los otros y hacernos la eterna pregunta: ¿qué hacemos?

Somos incapaces de dar respuestas, de ofrecer alternativas, de proyectar perspectiva. Estamos en todas las movilizaciones, en asambleas universitarias, en movimientos sociales, en partidos políticos y en sindicatos, ayudando como buenamente podemos a intentar concienciar a la gente de que así vamos al abismo. Se nos da bien porque llevamos toda la vida haciéndolo pero somos incapaces de canalizar la indignación y transformarla en organización, que a fin de cuentas es de lo que se trata.

A partir de ahí todo son llantos, quejas, divisiones, trifulcas y desmoralización. Es normal: somos incapaces de ponernos de acuerdo. El primer paso que debemos dar es asumir nuestra derrota y reconocer la hegemonía del capitalismo. A partir de este ejercicio de humildad podemos discutir sobre una supuesta crisis de legitimidad, un programa o una estrategia, como queramos, pero sólo una vez asumida la derrota por parte de la izquierda en su esplendoroso conjunto.

Una vez que pisemos suelo, es imprescindible que sepamos responder con claridad a la primera e ineludible pregunta que se nos plantea si queremos seguir adelante: ¿dónde estamos? Debemos analizar el contexto en el que nos encontramos para poder realizar un diagnóstico a partir del cual podamos analizar cada situación concreta. Si fallamos en el diagnóstico fallaremos a continuación a la hora de adoptar tácticas, estrategias, programas o métodos de lucha. Daremos un paso para adelante y otro para atrás. Nos bloquearemos, no sabremos para dónde tirar e incluso estorbaremos, mientras la indignación queda en simple espontaneísmo, es decir, en agua de borrajas.

Hay personas, dentro de la izquierda que supuestamente aspira a un nuevo escenario, que se niegan a reestudiar el contexto porque eso significa reestudiar la Historia y eso, a su vez, significa asumir culpas y responsabilidades. También hay quienes, independientemente de símbolos, carnés y arengas mitineras, se encuentran a gusto en este sistema y sólo aspiran a dotarlo de un rostro más humano. Tanto los primeros como los segundos tarde o temprano pasarán lamentablemente a la trinchera enemiga por una razón tan simple como científica: el capitalismo no sólo es incompatible con el rostro humano sino que es incompatible con la propia Humanidad.

Declaraciones de intenciones y juicios de valor aparte, veamos algunos de los aspectos obligatorios de afrontar para responder de manera mínimamente rigurosa a la primera pregunta: ¿dónde estamos?

viernes, 5 de julio de 2013

El salario del miedo o la vuelta a esclavitud



- ¿Cree que los sindicatos van a permitir que haga eso?
- ¡Al diablo los sindicatos! En la ciudad hay vagabundos que irían voluntarios. Nuestras manos limpias. Por ganarse unos dólares irían a la pata coja y con esa carga en la espalda.
- ¿Piensa contratar a esos vagabundos?
- Sí, porque esos vagabundos no tienen sindicatos, ni familia, por lo tanto me aseguro de que si mueren nadie vendrá a pedirme cuentas de nada.
- ¿Y aceptarán por unos dólares?
- Claro que aceptarán. Usted no sabe lo que pasar hambre…

Hoy, liberales de distinto pelaje se erigen como los defensores de la libertad, pero no solo en su sentido más abstracto y retórico sino que además –tiene guasa- hacen suyas las grandes conquistas del movimiento obrero organizado: los derechos políticos y sociales.
Olvidan, no sé si por ignorancia o astucia, dos aspectos fundamentales, de entre tantos, a la hora  de hablar de libertad en cualquiera de sus términos:

1. No existe libertad sin derechos sociales. Se puede tener derecho a diez mil procedimientos formales de democracia desde elecciones generales o presidenciales hasta referendos revocatorios y no tener libertad (ni democracia). Porque la libertad no se tiene sino que se ejerce. Es decir, mientras haya miedo a perder la vivienda o a no tener un trabajo digno, no hay nada. Basta mirar a nuestro alrededor para cerciorarnos de que eso que llaman liberalismo, cuya base económica es el utópico mercado libre (ilusión o simple retórica en tiempos del monopolismo), es decir, las relaciones capitalistas de producción, es incompatible con los derechos sociales más básicos. Y es incompatible no por una cuestión de voluntad sino porque la lógica del máximo beneficio, inherente y consustancial del sistema, es incompatible con un reparto mínimamente equitativo la riqueza y de los recursos.

2. Lo que nos viene a decir, a fin de cuentas, Domenico Losurdo en su Contrahistoria del liberalismo es que éste desde sus orígenes, muy al contrario de lo que nos dice la versión oficial de la historia, está estrechamente ligado con la esclavitud y la ausencia de derechos políticos, sociales, económicos y cívicos de los que hoy llamamos las mayorías sociales. No por casualidad, sino por entender la libertad de una manera pseudofilosófica, abstracta y, cómo no, solo al alcance de unos pocos. Si hoy hay pueblos que no están “preparados” para la democracia, ayer había pueblos que no estaban “preparados” para la libertad. No por casualidad, de nuevo, muchos de los grandes paladines del liberalismo eran propietarios de esclavos.

¿Por qué ponía al principio ese diálogo de la gran película francesa El salario del miedo? Porque hoy vemos cómo quienes se erigen precisamente como defensores de la libertad y los derechos sociales instauran un nuevo modelo de esclavitud. Posmoderna y maquillada, pero esclavitud. Y tampoco es una cuestión de maldad: es la lógica del sistema y de su fase actual de acumulación. Necesitan un ejército de parados para abaratar los salarios, reducir costes de producción y obtener mayores beneficios; para eso necesitan doblegar a los sindicatos, echar de las universidades a los pobres, imponer condiciones laborales del siglo XX (lo de trabajar gratis hoy ya no es ninguna locura) y, en definitiva, cercenar todos los derechos sociales y políticos conquistados antaño por el movimiento obrero.

Lo bueno de la crisis, es decir, de la agudización de las contradicciones, es que nos permite ver con mayor claridad los mecanismos de dominación. Y nos da la razón, dicho sea de paso aun sin arrogancia, a quienes predicábamos en el desierto como San Juan afirmando que el capitalismo, independientemente del traje que se ponga (liberal, conservador e incluso socialdemócrata-humano), es incompatible con la libertad y la democracia en el sentido más profundo de ambos términos.

Ni elegir la salsa con la que seremos comidos es libertad ni cambiar de tirano cada cuatro años es democracia.

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